Juan Alfonso García

coro-43

Introducción.
A.G.G.

Al pasar a estos foros cibernéticos este tipo de textos, es mi intención poner a disposición de todo aquel que lo necesite, el mayor número de datos acerca de los músicos extremeños (o que desarrollaron su labor en Extremadura) que de alguna manera tocaron el ámbito de la música coral.

Es Juan Alfonso García, uno de estos ilustres extremeños, en este caso de nacimiento, profesor que fue de mi profesor, Ricardo Rodríguez, y al que me he permitido extraerle íntegramente el texto con el que prologaba la, “Antología Polifónica” Tomo I, de Juan Alfonso García, editado por la DIPUTACIÓN DE GRANADA, área de cultura y en la que también colaboraba la Junta de Andalucía a través de su consejería de cultura y el centro de documentación musical de Andalucía; y que dice lo siguiente:

PROLOGO.

Estudiaba yo por entonces el tercer curso de bachiller elemental o, como se decía en la terminología académica del seminario, tercero de Latín y Humanidades. También hacía tercero de Piano, y una tarde tocaba la “Danza ritual del fuego” de El amor brujo de Manuel de Falla en el piano de la sala de música, cuando entra don Juan Alfonso García y, sin más, me dice: “Hola, ¿tú eres Ricardo? Pues eso está muy bien”.

La sorpresa y consiguiente satisfacción, a mis trece años, la recordaré siempre ante un elogio venido de quien era el organista y director del coro del “Seminario Mayor y que , en ocasiones importantes ensayaba y nos dirigía a los tiples del Seminario Menor.

No tuve más contacto personal con Juan Alfonso por entonces; la diferencia de edad entre mis trece y sus veintidós años no podía dar para más.

Al año siguiente, debió de ser por julio de 1958, recién empezadas las vacaciones de verano, Juan Alfonso –don Juan Alfonso para mí-, ya sacerdote, organista de la Catedral y , por supuesto, punto de referencia para un joven estudiante de música, me encuentra una mañana en la plaza de las pasiegas, frente a la majestuosa fachada de la Catedral, y me plantea que si quiero estudiar armonía con él.

Fue el comienzo de una relación permanente desde entonces que, como es lógico en tantos años, ha pasado diversas etapas –discípulos, amigo, colaborador en el estreno de muchas de sus obras-; relación siempre intensa, enriquecedora y gratificante bajo el punto de vista musical y humano en su más amplio sentido. Él me ha formado en lo más profundo de la música; he sido testigo de la concepción y escritura de sus obras; y después he tenido el enorme placer de interpretarlas, darlas a conocer a los coros que he dirigido y a los públicos que me han escuchado en muchas ciudades de España y Europa, con la íntima satisfacción de que expresaba, al interpretarlas, unas intenciones muy profundas que, con frecuencia, el compositor no puede precisar en las partituras, pero que yo las había vivido junto a él cuando me mostraba la génesis y evolución de sus obras.

Algunas de las presentes en esta Antología me las dedicó y otras, compuestas anteriormente, fueron completadas o rehechas cuando le planteé a Juan Alfonso su estreno. Entre estas últimas no puedo olvidar la impresión de arte y grandeza que causaron en mi sensibilidad de estudiante dos obras que juzgo de lo más en el conjunto de su producción: La trilogía mística (t. II, p. 13) contexto de San Juan de la Cruz (1959-1961) y El Cristo de Velásquez (t. II, p. 39) sobre el Canto IV del poema de Miguel de Unamuno (1964). Tuve que esperar años hasta tener un coro de la calidad conveniente para poder interpretarlas; fue con el Coro Manuel de Falla de la Universidad de Granada en 1977 y 1978, respectivamente.

Pido excusas al lector por esta introducción autobiográfica que ha brotado espontáneamente de mi agradecimiento y mi admiración permanente por Juan Alfonso García, lo que no ha estado reñido con una intensa amistad a la que he sido fiel incluso en momentos difíciles. Pero es que Juan Alfonso me deparaba una postrera sorpresa al cabo de doce años de dejar mi querida Granada: me ha pedido que prologara esta colección antológica de sus obras corales que hoy ve la luz de la publicación gracias a la Diputación Provincial de Granada y al Centro de Documentación Musical de Andalucía. Tarea a la que me entrego con cariño y fidelidad totales que ojalá disminuyan los defectos de forma y rigor de mi redacción.

ALGUNOS DATOS BIOGRÁFICOS.

Antes de empezar con datos concretos de la biografía de Juan Alfonso, quizá no apasionante, pero sí de abundante actividad, he de decir que es un artista de la música que ya ha entrado en la historia, pues son varios los musicólogos que se han ocupado de él en sus respectivas historias o diccionarios: Ildefonso María Temprano, Antonio Martín Moreno, Tomás Marco, Marc Honegger y Mariano Pérez resaltan, bajo diversas perspectivas, su actividad, su obra, sus influencias.

Juan Alfonso tiene ese lugar histórico por méritos propios, pues en principio es muy difícil la trascendencia de una obra realizada en una ciudad pequeña como Granada, en la que se desarrolla toda su biografía, con la excepción de su infancia extremeña. En ambientes mucho más importantes y notables es de sobra sabida la necesidad de influencias, contactos y otras pujanzas para conseguir ser aceptado en el grupo de los escogidos cuya obra pueda, quizá un día, tener el reconocimiento necesario de su calidad, desde la suficiente perspectiva e imparcialidad, y poder ingresar en la relación de las personas que han colaborado con su arte en el goce estético y mayor dignidad del ser humano.

Los que conocemos bien a Juan Alfonso sabemos que es sencillo, algo tímido, aborrece la autoalabanza y en absoluto ha medrado en las esferas de la influencia. Ha salido poco de Granada, le gusta poco viajar; sólo lo hace para dar algún concierto de órgano o asistir a algún estreno de su obra, pero no a todos.

Mucho valor debe de tener su obra, hecha en esta escondida y bella Granada, y sin duda lo tiene, para que los historiadores desde su altura la consideren, la estudien y la propongan como aportación importante de un momento concreto del arte musical. Testigos activos de ese valor son los pianistas, organistas, cantantes, coros y orquesta que interpretan sus obras por toda nuestra geografía, incluyéndolas en sus programas de giras internacionales. Por mi parte, doy testimonio personal de la complaciente aceptación de los públicos más diversos ante unas obras cargadas de sabiduría, expresión y adecuación al instrumento para el que están destinadas. La satisfacción compartida entre el creador, el intérprete y el oyente es lo que constituye una obra musical en obra de arte.

Adentrémonos ahora en su biografía.

Juan Alfonso García García nace en el año 1935 en Los Santos de Maimona, Provincia de Badajoz, pero en 1946, a sus once años, su padre, secretario del Juzgado comarcal, es trasladado al de Íllora, municipio cercano a Granada, y toda la familia se instala en la bella ciudad andaluza, de la que parece que nuestro músico no va a salir porque “Granada le ha cogido el corazón”. Ese año ingresa en el Seminario para cursar los estudios eclesiásticos.

La personalidad del profesor de Música del Seminario, don Valentín Ruiz Aznar, maestro de capilla de la Catedral, profesor y director del Conservatorio, le atrae enseguida hacia el mundo de la música y se entabla una relación mutua que dura hasta la muerte del maestro en 1972: “Veintiséis densos años –en palabras del propio Juan Alfonso- durante los cuales el trato algo distante y tímido de un principio dio lugar a una cordial relación y estima creciente. A su lado me inicié en las más elementales nociones musicales; viéndole dirigir una de sus obras (O salutaris Hostia, para 4 v.m.) surgió en mi conciencia infantil el deseo de hacer música; bajo su batuta ejercí durante catorce años la actividad de organista en la Catedral granadina. Él fue mi único maestro: mi padre musical. Lo que afirmo sin desdeñar lo mucho que otros, directa o indirectamente, hayan podido influir en mi formación. De su mano, comencé la andadura musical y a su lado permanecí hasta que la muerte me lo arrebató.

En su formación han colaborado los profesores de l Escuela Superior de Música Sagrada Tomás de Manzárraga, Samuel Rubio y Vicente Pérez Jorge, con los que estudió el canto gregoriano.

Una influencia no directa, pero evidente, le ha venido de aquellos maestros en el más auténtico sentido que con sus obras me enseñaron la expresión musical, me educaron la sensibilidad, me atrajeron con su ejemplo…: Torres, Boellman, Urteaga, Franck, Thomas… Son ellos los que hablan a través de mi. En los años en que yo estudiaba con Juan Alfonso, solía leerme fragmentos de la correspondencia habitual que entonces mantenía con Luis Urteaga.

En 1958 es el año de su ordenación sacerdotal y su acceso paralelo por oposición a la plaza de organista de la Catedral de Granada, de la que hoy continúa siendo titular. Desde la consola de los dos grandes órganos de la Catedral granadina, barroco el de la epístola y romántico el del evangelio, él ha ido educando ininterrumpidamente la sensibilidad de tantos melómanos anónimos que iban a escucharle, bien en las intervenciones limitadas por las acciones litúrgicas, bien en sus abundantes conciertos, en los que era costumbre de algunos la escucha ambulante, paseando por las espaciosas naves catedralicias mientras se admiraba la pura belleza de su arquitectura renacentista o alguno de sus múltiples detalles o, simplemente, se buscaba el mejor ángulo para la acústica, después de comprobar diversas sonoridades según diferentes lugares.

Junto a este trabajo habitual en él desde entonces, Juan Alfonso ha multiplicado su actividad musical de formación unas veces, y de organización y gestión otras, que ha pasado sucesivamente por el Seminario Mayor, del que fue profesor de música (1959-70); por la Universidad de Granada, como director de la cátedra Manuel de Falla (1971-77), organizando la vida musical de la Universidad e impartiendo cursos monográficos de licenciatura y doctorado en el departamento de Arte de la Facultad de Filosofía y Letras. Al renunciar y proponer como sucesor al que esto escribe –otra de mis sorpresas- fue nombrado director honorífico de dicha cátedra.

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada lo tuvo como comisario (1976-78) y fue miembro del Patronato de la Casa-Museo Manuel de Falla (1977-80).

En 1971, fue elegido miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada, entidad en la que ha ejercido durante diez años el cargo de secretario general y a continuación el de consiliario primero. Las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y de Santa Isabel de Hungría de Sevilla han reconocido de la misma manera sus excepcionales méritos, eligiéndolo miembro correspondiente en 1976 y 1984 respectivamente. La Casa de los Tiros también lo ha distinguido con su Premio Aldaba (1991).

Su brillante biografía está coronada, por ahora, con el Premio Andalucía de Música de la Junta de Andalucía en su edición de 1991.

Me interesa resaltar, para terminar este apartado, la actividad de magisterio, en sentido etimológico, que no académico, que Juan Alfonso ha ejercido sobre unos pocos elegidos –entre los que puedo contarme- que nos enorgullecemos de haber sido sus discípulos, aunque cada uno haya seguido una trayectoria profesional y musical distinta –como no podía ser de otra manera-, Tomás Marco habla de una “escuela granadina” aglutinada o, mejor, formada por el que “representó durante años la única constancia de la música viva en Granada.

JUAN ALFONSO GARCÍA, COMPOSITOR.

Quiero empezar a hablar de la obra compositiva de Juan Alfonso García con las palabras autorizadas de otro eminente compositor sevillano, colega mío en el Conservatorio Superior de Sevilla, Manuel Castillo, al presentar el libro de ensayos musicales de Juan Alfonso titulado Falla y Granada y otros escritos musicales: “… sospecho que en la formación de Juan Alfonso, como en la de todo artista auténtico, lo más definitivo es siempre autodidacta, es decir, el propio descubrimiento de las posibilidades constructivas y expresivas del sonido animado por amor a la música, a todas las músicas, desde las más antiguas hasta las más avanzadas partituras de nuestro tiempo. Quiero insistir en esto: un profundo conocimiento de la música contemporánea, que ha hecho posible un magisterio profundo, pero estudiando a la vez las obras del pasado, consciente de que “pobres los que, alucinados por la flamante belleza del arte nuevo, rechazan el antiguo” (M. De Falla). Fruto de esta actitud es el encuentro de una voz propia presente en una obra en la que la sensibilidad y refinamiento de escritura están servidas por una técnica sólida y un oficio seguro.

La obra de Juan Alfonso es muy abundante, variada en estilos y géneros e instrumentalmente diversificada. Hay en ello una diferencia notable con la producción restringida de su maestro y padre musical, Valentín Ruiz Aznar. Pero le une a él y, progresando en concatenación, con Manuel de Falla, la búsqueda del mejor equilibrio entre el fondo y la forma, la concentración expresiva y la perfecta adecuación al instrumento destinado.

En esta múltiple obra cabe distinguir los siguientes apartados:

MUSICA RELIGIOSA CON DESTINO LITÚRGICO-PASTORAL. Es el fruto de su postura activa a favor de la reforma litúrgica promovida por el concilio Vaticano II. Gran parte de esta producción está publicada en las revistas Tesoro Sacro Musical y Melodías de Madrid, de las que ha sido colaborador asiduo desde 1957. Comprende este apartado un total de más de trescientas obras que abarcan desde la melodía sencilla con acompañamiento de órgano, hecha con la manifiesta intención de facilitar la participación litúrgica, hasta otras más elaboradas, con inclusión de fragmentos corales para voces mixtas o iguales. Muchas de estas obras son de repertorio común en comunidades religiosas y parroquias.

Fueron obras muy queridas para mí la colección de Cantigas a la Virgen (1957-58) –después reelaboradas para coro (t.II, p. 244)-, las Canciones Catequísticas (1965) con letra de Jorge Guillén, las colecciones de Cánticos interleccionales (1965-67) y la misa festiva para coro a 3 v.i., pueblo y órgano (1965), que el propio autor dirigió en una solemne festividad mía.

LIEDER. Canciones cultas para canto y piano, en las que vamos a encontrar uno de los rasgos fundamentales de la música vocal, en general, de Juan Alfonso: la elección de unos poemas de primera calidad literaria y expresiva, de poetas preferentemente contemporáneos y andaluces. Muchas de estas obras han sido grabadas para RNE por Esperanza Abada, Inmaculada Burgos y otros solistas. Una selección de ellas ha sido publicada en edición privada y numerada: ocho lieder (granada 1992). No puedo resistirme a citar la Canción de la divina pobreza (1966) con poema de Luis Rosales, que me fue dedicada.

Dentro de este apartado se debe incluir también Campanas para Federico, extensa obra para soprano solista, triple cuarteto de voces graves y dos pianos, sobre poema de Rafael Guillén (1970-71), obra que presentó en su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Granada.

OBRAS PARA PIANO. Su producción en este aspecto es más limitada y supone una novedad frente a don Valentín, su maestro que, pese a ser excelente pianista, no dejó ninguna obra para este instrumento. La diversidad estética es notable entre el clasicismo de las Variaciones (1976) y el atonalismo libre de la Toccata (1979). Otras obras son Tres Movimientos de Danza (1962), Momento Musical (1978) y Diferencias sobre “Descubre tu presencia” (1990).

OBRAS PARA ÓRGANO. Entramos con ellas en uno de los campos en los que no dudo en proclamar que la obra de Juan Alfonso es magistral y trascendente para la música española de la segunda mitad de nuestro siglo. Otro campo será el de la música coral. Siendo organista de profesión, conociendo profundamente las inmensas posibilidades de este instrumento, es lógico que le haya dedicado una parte muy importante de su actividad creadora desde sus inicios como compositor. Gran número de estas obras están publicadas en la citada revista Tesoro Sacro Musical.

Entre la gran cantidad de obras para órgano citaré como las más importantes Cuatro Piezas para órgano (1962) sobre motivos gregorianos; suite Ave, Spes Nostra (1996), dedicada a su maestro Valentín Ruiz Aznar; Suite-Homenaje a Antonio de Cabezón (1996), de especial predilección para mí por su extrema concentración weberniana: cuatro partes con duración total de 90-95 segundos; Partita para órgano barroco (1967), en homenaje a Alonso Cano.

La obra más importante Epiclesis sobre Manuel de Falla (1976), hecha para conmemorar el centenario del nacimiento del universal y querido don Manuel, obra que, de alguna manera y bajo diversos parámetros, agota los recursos sonoros del órgano, y sin embargo está henchida de un denso contenido musical, resolviendo adecuadamente el problema fondo-forma, antes esbozado. La primera parte, “Quasi fantasia” ha sido orquestada por uno de sus discípulos, Francisco Guerrero, y estrenada de esta manera en el Teatro Real de Madrid.

En esta última época ha compuesto diversas obras en forma de diferencias o variaciones, especialmente pensadas para ser interpretadas en los órganos barrocos españoles: las partitas Panis Anelicus; O salutaris Hostia; Ave, vivens Hostia; bone Pastor; Ecce, panis; vos, Virgen y Pues que tú, Reina del cielo.

OBRAS SINFÓNICOCORALES. En este capítulo tenemos las obras naturalmente menos escuchadas de Juan Alfonso, pues sólo han sido estrenadas, y no todas, y seguramente las más están sujetas a crítica y revisión, pues su tradición y entorno no han sido sinfónicos. Pero su gestación muy pensada –en el caso del Cántico Espiritual sé que ha sido la obra de sus vida, para la que se ha estado preparando desde los lejanos años sesenta en que, al darme clase de armonía, ya me hablaba ilusionado y radiante del proyecto- y la seriedad de su formación y de su imaginación creadora les garantiza una calidad y un aprecio que otros compositores, más introducidos en el mundo sinfónico, apenas pueden conseguir. A propósito de Paraíso cerrado dice Tomás Marco que la considerable entidad de esta obra daría por sí sola un puesto importante de un autor que ya tiene otras y del que cabe esperar mucho en el futuro. Este elogioso juicio es para mí matizable en el sentido de que no acepto en principio que un compositor no sea relevante hasta que componga música sinfónica; pero éste es un tema que dejo para mejor ocasión.

Sus obras en este campo son:

Salmo 12. Palabras para un mundo en esperanza (1969), para coro mixto, orquesta de cuerda, órgano y percusión; publicada en Tesoro Sacro Musical y, que yo sepa, no estrenada.

Salmo 84. Salvación: Justicia y Paz (1970-71), para soprano, recitador, dos coros, dos grupos de viento metal y cuerda; tampoco se ha estrenado.

Paraíso cerrado (1980-1981), para soprano, coro y orquesta; obra encargo del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, estrenada en 1982; basada en el poema “Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos” de Pedro soto de Rojas; publicada por el Centro de Documentación musical de Andalucía en 1990.

Cántico Espiritual (1986.1989), oratorio sobre el poema de san Juan de la Cruz, para soprano, mezzo-soprano, contralto y barítono, coro y orquesta; estrenada en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada en 1993.

Tríptico (1990), para orquesta de cuerda, estrenado por la Orquesta Ciudad de Granada.

Misa Dona nobis pacem (1990-1991), para cuarteto de solista, coro y orquesta; estrenada por la Orquesta y Coro Ciudad de Granada en 1993.

Cantata Entréme donde no supe (1991), para solista, coro y orquesta.

Cuatro piezas líricas, para orquesta de cuerda y dos flautas, estrenadas por la Orquesta Municipal de Córdoba.

Se pueden mencionar aquí también las orquestaciones de los Triludios eucarísticos de Luis Iruarrízaga y de las Saetas de Eduardo Torres.

Como apéndice a la obra de Juan Alfonso, recordaré que es autor de una biografía de su maestro Valentín Ruiz Aznar con estudio estético y catálogo cronológico de su obra, publicada por la Real Academia de Bellas Artes de Granada (1982) al cumplirse los diez años de la muerte del maestro; de numerosos artículos y ensayos en los que reflexiona musicológicamente sobre compositores, obras o acontecimientos “con capacidad de análisis y agudo sentido crítico a través de una escritura fácil, fluida, directa, a la que el rigor y profundidad no restan amenidad” (M. Castillo). Mucho de estos ensayos han sido publicados por el Centro de Documentación Musical de Andalucía con el Título Falla y Granada y otros escritos musicales (Granada, 1991). Y aún le ha quedado tiempo para escribir Iconografía mariana en la Catedral de Granada y Granada: guía breve.

LA MÚSICA CORAL.

La obra coral de Juan Alfonso García es, en su conjunto, y quiero decirlo sin ambages, la mejora contribución al repertorio coral en la segunda mitad del siglo XX en España. Es el autor que con más asiduidad y categoría se ha entregado e enriquecer una literatura que, refiriéndome siempre a España y a la Música coral de concierto, adolece de defectos frecuentes, debidos al intrusismo –cualquiera sin gran formación escribe para coro- o al desconocimiento del instrumento –el coro y su especial tratamiento- por parte de profesionales de la composición, excelentes bajo otros puntos de vista. La música religiosa, más concretamente litúrgica y anterior a la reforma del Concilio Vaticano II, ha estado siempre en mejores manos.

Que Juan Alfonso es un hombre de coro desde su niñez ya ha quedado dicho en anterior esbozo biográfico y su formación ha sido la mejor, de manos de su maestro don Valentín, heredero a su vez de la rica tradición de Nemesio Otaño y miembro de esa generación de músicos religiosos, sabios, geniales en algunos casos, injustamente olvidados casi siempre, que el mismo Juan Alfonso bautiza como “Generación del Motu Propio”. Después, al dirigir durante muchos años la Schola Cantorum o coro del Seminario puedo profundizaren los secretos sutiles de un medio musical capaza de poner a prueba a un compositor, sobre todo en el campo de la música coral pura, a capella o sin acompañamiento.

Es a través de la obra coral como puede hacerse el seguimiento de la obra general compositiva de nuestro músico, pues aquélla es constante: desde una primera etapa escolástica en sus primeras obras litúrgicas –v.gr. In monte Oliveti (t. I, p. 19), Sacerdotes Domini (t.I, p.24)- pasando posteriormente por una especie de neoclasicismo –Trilogía mística (t.II, p. 13), El Cristo de Velázquez (t. II, p. 39)- postromanticismo –Amarillos (t. II, p. 179), Cinco madrigales (t. II, p. 205)- hasta acabar con nuevas técnicas de emancipación de la disonancia, atonalismo libre o modalismo –Mi corazón y el mar (t. II, p. 121), Epitafios granatenses (t. I, p. 104)-.

No sé si Juan Alfonso aceptará esta clasificación de su obra que hago con toda timidez pues, hablando al respecto, él me ha dicho muchas veces que “escribe como le da la gana”, expresión que, en su literalidad, expresa su libertad creador y huida de cualquier encasillamiento. Esta libertad es sólo posible a quien domina técnicamente un amplio espectro de posibilidades compositivas y escoge, en función de la impresión que el poema le ha causado, la que mejor puede expresarlo y potenciarlo.

Las obras que aquí se presenta, siendo muchas, no son todas: en primer lugar, son sólo obras corales a capella, con lo que faltan algunas importantes con diverso acompañamiento, entre las que, al menos, quiero recordar: Soneto a la Encarnación (1964), para coro a 6 v.m., órgano y piano; Teoremas (1979), para cuarteto de solistas, coro a 4 v.m. y arpa, con textos matemáticos extraídos de la tesis doctoral de Ángel Rodríguez; Nativitatis Mysterium (1979), para soprano y barítono solistas, coro y órgano.

En segundo lugar, las obras hoy publicadas, por primera vez la mayoría y bastantes esperando su estreno, son una antología en la que están casi todas, pero diversas circunstancias han hecho imposible la publicación de la obra coral completa; desde luego todas son de excelente factura, cantabilidad y coralidad, por lo que los directores y cantores sienten enseguida una atracción enorme por su interpretación.

Como puede apreciar el lector musical, se trata de un corpus coral muy grande: cincuenta obras corales, algunas de gran forma, y bastantes en forma de ciclo o conjunto de varias obras, cada una de las cuales podría considerarse a veces como obra aislada, por su entidad –Cinco madrigales (t. II, p. 205), Tres poemas amorosos (t. II, p. 319), Tres motetes (t. I, p. 58) o las colecciones de Villancicos populares (t. II, p. 13)-. En otras ocasiones, el ciclo es necesariamente un todo cerrado, cuyas partes se entienden mal fuera de la obra completa –Trilogía mística (t. II, p. 13), El Cristo de Velázquez (t. II, p. 39), Siete proverbios (t. II, p. 129) o Amarillos (t. II, p. 179).

Quizás hubiera sido congruente agrupar como ciclos ciertas obra que, apareciendo sueltas, tienen una unidad en el tiempo y en el estilo más que evidente y son hijas de un mismo momento psicológico creador: pienso, por ejemplo, en las tres sobre texto de Antonio Machado hechas en 1975, centenario del nacimiento del poeta: Parábola (t. II, p. 105), Señor, me cansa la vida (t. II, p. 111) y Canciones del Alto Duero (t. II, p. 115); en las tres canciones de Navidad de los años 1976-77 sobre poemas de Luis Rosales: Villancico de la falta de fe (t. II, p. 129), Como nace el alba (t. II, p. 134) y La Estrella de Belén (t. II, p. 145); o en la colección de seis canciones populares españolas a 3 v.bl. que cierra esta antología.

Este aspecto cíclico emparenta la obra coral de Juan alfonso con la de grandes autores del Romanticismo (Schubert, Mendelssohn, Schumann, Brahms, Wolf) y del siglo XX (Bartok, Kodaly, Hindemith, Poulenc, etc…), da oportunidad de confeccionar programas corales de mayor unidad –con demasiada frecuencia el coro y los oyentes se tienen que trasladar de época o estilo en cada obra, lo que es psicológicamente imposible y el resultado estético suele ser que todo se interpreta igual- y hace posible el acometer la gran forma coral para coros o directores preparados que quieren superar el estadio de la pequeña obra individualizada.

Todos los coros, cualquiera que sea su nivel técnico, va a encontrar aquí obras aptas para su repertorio y con ellas siempre perfeccionarán su trabajo vocal y expresivo. Como ejemplos de obras relativamente fáciles puedo sugerir, además de las citadas canciones sobre poemas de Antonio Machado, O sacrum convivium (t. I, p. 36); Lo que Vos queráis, Señor (t. II, p. 89); Tres poemas líricos (t. II, p. 92); Villancico de la falta de fe (t. II, p. 129) y Amarillos (t. II, p. 179), entre otras.

Para coros de nivel medio, y siempre a título de sugerencia personal, podemos encontrar Ave, María (t. I, p. 32), Cenizas de Tagor (t. II, p. 71), Siete proverbios (t. II, p. 150), algunos de los Cinco madrigales (1, 2, y 5, t. II, p. 205), los Villancicos Populares (t. III, p. 13), etc

Finamente, para coros muy preparados encontramos obras de evidente dificultad técnica aunque siempre insistiré, esa dificultad estará compensada con una desbordante expresividad y nunca estar reñida con la cantabilidad exquisita y la lógica aplastante del tratamiento vocal: la Missa Brevis (t. I, p. 39), los Epitafios granatenses (t. I, p. 104), la Trilogía mística (t. II, p. 13), El Cristo de Velázquez (t. II, p. 39), Mi corazón y el mar (t. II, p. 121), Como nace el alba (t. II, p. 134), otros de los Cinco madrigales (3 y 4, t. II, p. 205), los Tres poemas amorosos (t. II, p. 319), etc.., son un difícil reto para coro y directores de gran experiencia.

Un aspecto final a considerar en la obra coral y en toda la obra vocal en general de Juan Alfonso, y no de poca importancia, es la elección de los textos como base de sus obras. Prescindiendo de las obras litúrgicas sobre textos latinos, de uso común, pero cargados de tradición y de las obras sobre tema popular con sus textos ya dados y de sabor costumbrista, la gran mayoría de las obras de esta colección esta hecha sobre bellísimos y expresivos textos literarios, poéticos o no, de escritores de primera calidad –como dije más arriba al hablar de los lieder-, con absoluto predominio de los andaluces, algunos de los cuales son amigos de su círculo artístico.

Este aspecto literario de su obra vocal ocupó gran parte del contenido de la “Contestación” que hizo don Emilio Orozco a la “Salutación” de ingreso de nuestro músico en la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada. Dice don Emilio, entre otras cosas, que “en sus más importantes y abundantes obras ha gustado partir de cimas del campo de la lírica para recibir el impulso creador del espíritu y música de la palabra poética. Diríamos que los más altos vuelos de su música se alcanzan sobre las alas de la poesía […] La música como potenciadora del poder de la palabra es lo que en esencia había de guiar la creación y desarrollo de su obra de compositor. Prefiere que su lenguaje musical se ligue a un “lenguaje poético”.

Una simple relación de los escritores y poetas, alguno de cuyos textos son utilizados en las obras de esta colección (tomo II), habla bien claramente de la bondad manifiesta de los cimentos literarios sobre los que construye su edificio musical, o, más poéticamente, de las “alas de la poesía para los altos vuelos de su música”: san Isidoro de Sevilla (p. 369), san Francisco de Asis (p 193), Juan del Encina (pp. 244, 254, 257), Alonso de Bonilla (pp. 247, 251), San Juan de la Cruz (pp. 13,241), Francisco de Quevedo (pp. 167, 172), Miguel de Unamuno (p. 39), Juan Ramón Jiménez (pp. 71,89,92,263), Antonio Machado (pp. 105, 111, 115, 150), Federico García Lorca (pp. 271,305), Gerardo Diego (p. 319), Rafael Guillén (p. 82), Luis Rosales (pp. 129,134, 145), Juan Gutiérrez Padial (pp. 211, 228, 237, 260), Elena Martín Vivaldi (p. 179) y Antonio carvajal (pp. 205, 218).

El lector que me haya seguido hasta aquí, sí es que ha tenido la paciencia de hacerlo, deberá perdonarme la falta de conexión que seguramente hay en muchos momentos de este escrito y su longitud excesiva. No soy fácil para la palabra escrita, y el hablar de mi maestro y amigo me ha resultado, paradójicamente, más difícil de los que pensé al principio: son demasiados los recuerdos personales, las impresiones vividas en el estudio e interpretación de sus obras, las ideas desbordantes en su salida, que hacen trabajosa su ordenación y síntesis.

Y, como es hora de cerrar, lo hago con una reafirmación personal y una cita del propio Juan Alfonso.

Mi reafirmación es la excepcionalidad de la obra coral de Juan Alfonso como la más importante aportación española a este campo en la segunda mitad del siglo XX, por la cantidad, calidad, perfecta factura vocal y coral, cantabilidad, expresividad, variedad y bondad de los textos. El lector musical podrá comprobarlo al estudiar estas obras que salen publicadas gracias a la feliz iniciativa de la Diputación Provincial de Granada y del Centro de Documentación Musical de Andalucía.

No sé, por fin, si es éste el lugar de la predicha cita, pero la traigo porque me gusta, tanto por lo que tiene de retrato de la vivencia de un compositor, como por el final desconcertante que, creo , le caracteriza bastante bien. Habla de la elección de un poema para musicalizarlo: “Vas leyendo… Y, de pronto, un poema te llama, te sale al encuentro, te descubre sus más íntimas resonancias. Y se te ofrece. Difícil, ingrato, sería rechazar su entrega. Después, no siempre, casi nunca, resulta fácil acertar -¡estado de gracia musical!- y sientes la embestida del desaliento, e incluso llegas a pensar que todo fue un espejismo. Pero, a la postre, cuando el poema persiste en su llamada, se termina acertando, si no un día, otro. Y se experimenta entonces el gozo de haber dado nueva voz al poema (hermanada la tuya con la del poeta), de haberlo renacido, o rebautizado o de remontar con él un nuevo vuelo. ¡Quién sabe!”

Sevilla 1996.
RICARDO RODRÍGUEZ PALACIOS.